jueves, 6 de octubre de 2011

Patricio Valdés Marín



El lenguaje humano es un código estructurado de signos cuya función es la comunicación. Como vehículo comu­nicacional colectivo sirve para compartir el conocimiento y las experiencias, estructurando culturas. Como vehículo comunicacio­nal social sirve para comunicar ideas, enseñar, dirigir acciones, expresar intenciones y llegar a acuer­dos. Como referente de las ideas sirve para pensar mejor. El lenguaje sirve también para otorgar una modulación metafórica a la expresión poética.


Lo humano del lenguaje


El interés especula­tivo y el esfuerzo experimental por responder al “qué es”, al “por qué es”, y al “cómo es” ha conducido a la filosofía y la ciencia a averiguar qué, por qué y cómo conoce­mos, pensamos y nos comunicamos. En esta empresa el análisis del sistema de la lengua surge como una clave esencial para comprender el mecanismo del conoci­miento cuando relaciona el pensamiento con la comunicación, e interviene en la acumulación y estructuración del conocimiento colectivamente compartido. El len­guaje es una estructura comunicacional que relaciona a los seres humanos en una estructura cultural, a diferencia del len­guaje de otras especies animales que no consigue estructurar culturas, al menos en forma muy incipiente.

En contra de algunas escuelas filosóficas platónicas de análisis de la lengua, se puede afirmar que el lenguaje es esencialmente una expresión del pensamiento abs­tracto y racional, y no que el pensamiento sea una expresión del lenguaje. El pensamiento es naturalmente anterior al lenguaje. El pensamiento no viene a la mente porque la persona sea capaz de hablar, sino que el lenguaje existe porque la persona piensa. Además, muchas veces el pensamiento es inexpresable por el lenguaje. Aunque ambos manejan ideas, se diferencian en que el pensamiento es un productor de relaciones ontológicas y lógicas, en tanto el lenguaje es un traductor de ideas, remitiéndose a unir estas relaciones o conceptos a signos convencionales. Es natural para el ser humano dar nombres a las cosas mediante la creación de signos verbales para designar ideas. Estos signos pueden ser compartidos con otros para poder comunicarse, constituyendo un pilar fundamental de la cultura. A través del lenguaje, que es un producto del pensamiento y el conocimiento, se puede saber qué una persona piensa y conoce.

Mientras el pensamiento como actividad intelectual e intencional es dinámica, el lenguaje es una estructura significativa tan estática que hasta puede ser grabada en mármol. Sin embargo, su significado puede ser comprendido por nuestro intelecto para explicarnos, instruirnos, informarnos o educarnos; también puede tocar nuestros sentimientos y hacernos reír o llorar, alegrarnos o entristecernos, motivarnos o inmovilizarnos; en fin, puede intervenir en nuestra deliberación intencional y afectar nuestro libre accionar.

El lenguaje es una estructura comunicacional cuyas unidades son las frases o sentencias. En esta escala cada frase es una estructura de proposiciones compuesta por palabras. Por su parte, en la escala de las palabras, cada palabra está asociada de modo significante a una estructura conceptual cuyas unidades discretas son en último término las representaciones ideas, imágenes y percepciones que nuestro intelecto forja a partir de la realidad sensible. Por tanto, un concepto no posee un valor uno a uno con una palabra de la misma manera como no se puede identificar pensamiento con lenguaje. La palabra se asocia significativamente a un concepto que engloba la diversidad de cosas concretas relacionadas entre sí de alguna manera y que se estructuran en nuestro intelecto en su procesamiento de abstracción.

La estructura conceptual puede ser distinta entre los individuos. Las imágenes de gatos que pueda albergar la mente de una persona son muy distintas a las de otra. Ambas personas han tenido ciertamente distintas experiencias sobre gatos. Sin embargo, ambas podrán comprender lo mismo cuando se dice “gato” y podrán compartir idéntico concepto y, por tanto, comunicarse entre ellas. Previamente, ambas personas han estructurado el concepto ‘gato’ de modo abstracto para significar todos los gatos o la universalidad de gatos.

El lenguaje facilita a un sujeto reflexionar en forma conceptual y lógica sobre sí mismo, su medio y su relación con el medio, ya que exterioriza el pensamiento a través de signos, los que pueden adquirir formas más concretas y permanentes que la fugaz idea en el pensamiento. Con la ayuda del lenguaje las ideas pueden relacionarse más fácilmente en proposiciones, y éstas pueden ser ordenadas lógicamente con igual facilidad.

Las lenguas de todas las culturas humanas, por muy primiti­vas que nos parezcan, son igualmente funcionales. La capacidad para compartir el significado de signos es básica para la existencia de un lenguaje. Pero la capacidad de pensamiento abstracto y lógico, que caracteriza a los seres humanos, se destaca como el fundamento principal de un lenguaje conformador de cultura. El hecho de que el lenguaje tenga una dimensión cultural se debe a tres factores: 1º la sociabi­lidad tan característica de los primates que buscan compartir experiencias, sentirse acompañados y ser considerados por los demás, 2º la capacidad para estructurar ideas y relacionarlas con signos lingüísticos convencionales, y 3º la necesidad de coordinar acciones.

Además, el lenguaje tiene una dimensión particularmente única. Jean Piaget (1896-1980) ha señalado que, como contacto con el exterior, aquél abre la compuerta al caudaloso torrente de la cultura dentro del conocimiento del individuo que queda capacitado así para entrar a formar parte de la comunidad cultural, que es la misma estructura social a la que pertenece y que comparte una determinada estructura cultural. Por parte del individuo, éste queda con una capacidad para extender y hacer real a otros indi­viduos su propio y personal mundo y comunicar sus intenciones.

Origen del lenguaje

Parece correcto sostener que el lenguaje fue surgiendo en la especie homo sapiens en la misma medida que sus individuos adquirían mayor capacidad cerebral para el pensamiento abstracto y lógico. Es difícil de precisar en qué momento de la evolución de los homínidos comenzó a aparecer esta capacidad. Probablemente, los artefactos hechos por nuestros ante­pasados son un reflejo de nuestra capacidad para hablar y nos pueden dar una medida de nuestra locuacidad. Existen registros arqueológicos de toscos utensilios desde entre dos y medio y dos millones de años, pertenecientes a la cultura olduvayense, propios del homo habilis. En el paleolítico inferior, hace 1,65 millones de años, aparecen utensilios más simétricos y funcionales, que se comprenden en la cultura acheulense que dura hasta hace entre 200.000 y 100.000 años. En el paleolítico medio, desde hace 125.000 años hasta hace 40.000 años, surge una nueva cultura, conocida como musteriense, que es la del hombre de neandertal. Sus registros pétreos nos presenta instrumentos mejorados, pero la gama no se amplía significativamente. Es ilustrativo observar que el progre­so registrado haya sido tan extraordinariamente parsimonioso, observado desde nuestra vertiginosa cultura tecnológica.

Sin embargo, con la aparición del homo sapiens, hace unos 80.000 años, el registro de utensilios no sólo muestra un acelerado progreso, sino que es posible advertir que las formas manufacturadas fueron concebidas previa e intencionalmente me­diante meditación, imaginación y planificación, como es nuestra forma caracte­rística de hacer las cosas. En el cerebro humano los centros del pensamiento y del lenguaje son mayores que los destinados al control de movimientos. El crecimiento de estas zonas fue propor­cional al desarrollo del lenguaje y de la capacidad para concebir ideas y forjar proyectos.

El lenguaje articulado, que es el utilizado por los seres humanos, fue posible cuando en nuestros antepasados, en algún momento de la evolución, después de hace 200.000 años, a causa de alguna ventajosa mutación genética, probablemente más beneficiosa para una vida desarrollada en un medio acuático que obligaba a permanecer por largos minutos bajo el agua pescando y mariscando, la laringe adquirió una posición más baja en el cuello, lo que permitía nadar y sumergirse más fácilmente. Esto produjo un aumento del tamaño de la faringe, que es el espacio situado entre el fondo de la cavidad nasal y la laringe y que constituye una cámara inexistente en los otros primates conocidos. Esta amplia­ción estructural de la faringe nos permite emitir justamente los sonidos vocales que requiere el lenguaje articulado.

No obstante, podríamos observar que si no se hubiera produ­cido esta transformación estructural en nuestro tracto respirato­rio, no estaríamos evidentemente hablando en forma articulada, pero habríamos, sin duda, encontrado otro medio de comunicar nuestros pensamientos, pues la capacidad de comunicación simbóli­ca no depende de la estructura de la faringe, sino de la estruc­tura del cerebro. Desde la aparición de la escritura podemos comunicar nuestros pensamientos sin necesidad de la voz articulada. Ahora, a través del internet podemos presionar nuestros dedos sobre el teclado y comunicarnos en tiempo real a través del ciberespacio.

El lenguaje, hablado o no, no surgió por la necesidad de planificar una cacería ni tampoco para transmitir instrucciones para confeccionar artefactos y recolectar frutos, como algunos han sostenido. El antropólogo Richard Leakey (1944-) ha observado que en la caza rara vez se habla para no espantar la presa, y que las especies que cazan en grupos muy coordinados, como los perros salvajes, no necesitan naturalmente hablar, y tampoco ladran. El propósito del lenguaje fue para comunicar mejor los pensamientos y los sentimientos, las experiencias y los proyectos, las propo­siciones y los acuerdos.

A la inversa, sólo cuando fue posible estructurar ideas y producir el pensamiento apareció plenamente el lenguaje. Tanto el contenido del pensamiento como el del lenguaje son las ideas. El pensamiento se exterioriza a través del lenguaje. El lenguaje transmite ideas, pero no es capaz de transmitir directamente percepciones ni imágenes, sino a través de descripciones que emplean ideas. Recíprocamente, las imágenes de la cultura persi­guen comunicar ideas. Así se dice que una imagen vale 100 palabras, resaltando la distancia que existe entre imagen e idea.

Naturaleza del lenguaje

El lenguaje no tiene existencia propia. Se origina en los seres humanos. Por tanto existe porque existen seres que piensan y se comunican. Sin embargo, se diferencia del pensamiento. El pensamiento y el lenguaje tienen como sus unidades discretas las ideas, pero mientras el pensamiento genera, a partir de las imágenes, relaciones ontológicas significativas, universales y abstractas, que son las ideas y los conceptos, y produce relaciones lógicas con éstos, el lenguaje une estos conceptos generados a signos convencionales compartidos. El pensamiento salta de un punto a otro del espacio tridimensio­nal representado en su universo abstracto, mientras que el len­guaje avanza siguiendo una secuencia estrictamente lineal. El pensamiento es un proceso rápido y hasta simultáneo, en tanto que el lenguaje es un proceso penosamente lento e intrincado. No obstante, el lingüista estadounidense, Noam Chomsky (1928-), fue justo en señalar que para una buena parte del pensamiento necesitamos de la mediación del lenguaje.

La estructura del conoci­miento aparece compuesta por una infinidad muy fluida y variada de unidades discretas de imágenes y estructuras más complejas de ideas y conceptos. Estas unidades son representaciones mentales de la realidad sensible. El conjunto de asociaciones duales de unidades significativas con unidades significantes conforman la estructura del lenguaje. Esto es, la asociación dual interdependiente de la estructura del lenguaje consiste en la unión de dos unida­des de distinta índole: un concepto (el significado) con una imagen acústica o visual o táctil (el significante). En cuanto a la imagen acústica, el sonido permite ser emitido y escuchado, permitiendo que el lenguaje sea un reflejo del pensamiento de un sujeto que se exterioriza mediante signos, primariamente auditivos, y secundariamente de otros modos, los que son captados y entendidos por otro sujeto.

Los animales no hablan ni son capaces de crear cultura, simplemente porque no tienen capacidad para sintetizar ideas ni conceptos a partir de imágenes, sino que de una manera muy rudimentaria. El lenguaje animal está constituido por señales sonoras, visuales, olfativas, táctiles, a modo de signos, para señalar un significado diferente a dichas señales. Pueden señalizar peligro, alimen­to, deseo sexual, agresividad, bienestar y una cantidad de imáge­nes concretas semejantes, mediante conductas básicamente innatas. Loros y tordos pueden aprender hasta nombrar objetos; chimpancés pueden señalar símbolos que representan imágenes y pueden aprender determi­nados comportamientos de sus semejantes; muchos animales pueden obedecer a domadores y entrenadores. Pero ningún animal es capaz de elaborar ideas abstractas, ni menos de relacionarlas lógicamente. Lo interesante del experi­mento del fisiólogo ruso, Iván Pavlov (1849-1936) no fue comprobar que un perro salive al escuchar una campanilla que ya había asociado con comida, sino que demostrar que el animal es capaz de asociar una imagen acústica significante (la campanilla) con una imagen muy concreta que produce deseo (la comida). Pero esto está muy lejos de la capacidad para relacionar la imagen significante con la idea abstracta de comida.


El sistema de la lengua


Fonética y gramática

La ciencia busca conceptos teóricos más amplios que permitan englobar los problemas lingüísticos. A partir de la observación del hecho de que cualquier hablante de una lengua es capaz de emitir mensajes que nunca se han producido antes y es entendido por los oyentes el erudito prusiano Wilhem von Humbolt (1767-1935) concluía que la lengua es una estruc­tura compuesta por unidades discretas finitas capaces de generar infinidades de mensajes. Podemos señalar obviamente que las uni­dades discretas de los mensajes son las palabras. Estas contienen un doble valor: como significante, o imagen acústica o forma fonéti­ca y como significado, que es el concepto; ambos valores se unen en la palabra.

En cuanto forma fonética, las palabras están compuestas por un conjunto limitado de sonidos, que son aquellos que pueden ser emitidos por la boca humana. A través de la adecuada estructura­ción de estas unidades discretas, que son los sonidos, un loro puede pronunciar palabras. Que éstas sean significantes depende que estén unidas a sus respectivos significados, y esta unión la pueden realizar seres dotados de bastante mayor inteligencia que el verde plumífero. No obstante, es posible entrenar un loro para que una la palabra que emita, o significante, con un significado tan concreto como una imagen, y poder comunicarse con éste.

A causa del doble valor de la palabra, es decir, como signi­ficante y como forma fonética, la escritura fonética aventajó a la ideográfica y la jeroglífica, en las que cada palabra completa está representada por una figura o un símbolo, en cuanto logró determinar sus unidades discretas sonoras y representarlas por letras, de modo que con un alfabeto limitado a más o menos 27 caracteres se puede escribir cualquier palabra. Es una lástima para los chinos que sus dialectos no puedan aprovechar las ventajas del alfabeto, pues sus palabras son monosilábicas, con lo que se reduce apreciablemente la posibilidad de utilizar 27 caracteres para cubrir la totalidad de sus monosílabos. El len­guaje hablado chino debe recurrir a los diferentes tonos de voz para distinguir los múltiples homónimos. En consecuencia, para pasar del sistema de ideogramas a uno alfabético cada sílaba debiera estar acompañada de una nota de la escala musical de tonos que ellos usan.

El lenguaje une palabras, sus unidades discretas, según reglas sintácticas para estructurar oraciones. A partir de los 27 caracteres o letras del alfabeto se pueden formar las cien mil palabras, o más, que aparecen en un diccionario. Con dichas palabras se pueden escribir infinitos libros, cada uno conteniendo decenas de miles de oraciones distintas y completa­mente significativas.

La teoría del significado

El lógico alemán, Gottlob Frege (1848-1925), en defensa del realismo, contradijo la tesis de Juan Locke (1632-1704), expuesta en su Ensayo sobre el entendimiento humano, que las palabras son signos, no de imagen e imagen acústica, sino de los objetos de la realidad sensible y están contenidos en la mente humana. La mente asigna significados a las palabras, siendo el lenguaje una herramienta que sirve para comunicar ideas. Entre el lenguaje y la realidad no habría relación directa, por lo que la verdad es un asunto de palabras.

En contra del psicologismo de Locke, la teoría del significado de Frege afirma que nuestras palabras se refieren directamente a objetos. Los signos significan los modos de darse los objetos a los que nos referimos con nuestras palabras. Frege distingue entre el objeto que designamos con un signo (la referencia) y el sentido que expresa el modo de darse el objeto. El sentido de una expresión no es una representación subjetiva, pues de la referencia y del sentido del signo hay que distinguir la representación a él asociada. La referencia de un signo es un objeto. Si el objeto es sensible, la representación es una imagen interna, producto del recuerdo de las sensaciones causadas por dicho objeto. Tampoco el sentido de una expresión de un signo es una representación subjetiva y se entiende en la medida en que se tiene un cierto conocimiento del referente. Los sentidos, que son los significados de las palabras, pertenecen a comunidades de hablantes y no a las mentes de los individuos y lo que es exclusivo de los sujetos son sus representaciones subjetivas, de las que las palabras no son signos.

Significante y significado

En el ser humano el lenguaje ha alcanzado un desarrollo extraordinario gracias a la gran capacidad y funcionalidad de su cerebro. Estas mismas características permiten al ser humano evocar y relacionar una imagen o una figura, un concepto o una idea, que representan un objeto o una realidad percibidos mediante los sentidos de sensación. La investigación lingüística se ha centrado específicamente en la relación entre la palabra como combinación de elementos fonéticos y el objeto de la realidad a la que se refiere y representa. El lingüista suizo, Ferdinand de Saussure (1857-1913), fue el primero en señalar que el signo lingüístico no une una cosa con un nom­bre, sino un concepto con una imagen acústica, es decir, la palabra no transmite la cosa, sino la idea de la cosa.

Para de Saussure el lenguaje es un sistema de signos que nos sirve para comunicar nuestras ideas y conceptos, evocando en la mente de otro las ideas y los conceptos de las cosas que se forman en nuestra propia mente. Tanto la cosa ARBOL como la forma fonética ¡árbol! no pertenecen al sistema del lenguaje. En cambio, el signo lingüístico es una asociación psíquica de una imagen con una idea: el significante o imagen acústica, que es la huella psíquica que se produce en nuestro cerebro al oír la palabra “árbol”, y el significado, que es la idea que cada uno tiene de lo que es un árbol. Ambos elementos están íntimamente unidos en nuestra mente de modo bipolar y recíproco, componiendo en conjunto una entidad lingüística de dos caras interdependientes, ya que el nombre evoca el sentido y el sentido evoca el nombre.

Solamente el lenguaje abstracto es específicamente humano. En cambio, muchas especies de animales avanzados han desarrollado lenguajes para comunicar imágenes concretas, y sus signos son en parte instin­tivos y en parte aprendidos, como algunos etólogos han logrado demostrar, por ejemplo, el austriaco Konrad Lorenz (1903-1989). Experimentadores han conseguido que, por ejemplo, loros, chimpancés, etc., lleguen a relacionar elementos fonéticos con objetos de la realidad y darse a entender tanto como entender lo que el experimentador le comunica cuando le habla. Pero estos significados son imágenes concretas que evocan imágenes similares. La palabra “azul” que emite un loro amaestrado está evocando en su mente la imagen del color azul. Un significado más abstracto, como el concepto “azul,” sale de la capacidad de comprensión de un animal.

De Saussure señalaba también que la unión imagen-idea del lenguaje humano está dominada por una serie de leyes. Primero, el carácter arbitrario de sus relaciones, es decir, la asociación significante es convencional y resulta de un acuerdo entre los que emplean la lengua, pues nada hay en la combinación de sonidos que componen ¡árbol! que la una con el significado árbol. Segun­do, el carácter lineal del significante es un principio basado en la imposibilidad de que en un mismo mensaje puedan aparecer de modo simultáneo dos significados, pues necesariamente uno tiene que seguir al otro. Por una parte, el medio de comunicación no tiene la capacidad práctica de transmitir más de un significado a la vez y, por la otra, la posición del significado respecto al resto le otorga un significado adicional (sería interesante la posibilidad de un lenguaje holístico, que es como funciona nues­tro cerebro). Tercero, la lengua es un conjunto de signos mutua­mente relacionados y recíprocamente unidos. Los signos no están aislados, sino que forman un sistema o conjunto de relaciones que son las que definen los signos.

Podemos apreciar en consecuencia que el sistema general del lenguaje contiene varias escalas sucesivas e incluyentes. En la escala inferior existen imágenes acústicas o significantes y también ideas o significados. La relación de estas unidades estructura uniones convencionales de imagen (significado)-imagen (significante), usadas tanto por animales como por humanos. En una escala superior la relación es de una imagen acústica con una idea, que constituye el signo lingüístico o palabra y que requiere la capacidad humana de abstracción. Estas estructuras se definen por otras, de modo que se estructuran en la escala siguiente, tornándose en unidades dis­cretas de las estructuras conceptuales, que requieren secuencias de unidades que se ordenan o subordinan entre sí en forma cuali­tativa y cuantitativa. Este es el caso del orden existente en las sentencias de sujeto-verbo-predicado. Por último, en la escala superior del sistema de la lengua, las estructuras conceptuales se constituyen en las unidades discretas de la estructura lógica y que forma parte de los raciocinios.

La teoría generativa

La teoría generativa, que fue concebida por el citado Chomsky, es particularmen­te interesante para comprender el lenguaje como función de la estructuración cerebral adquirida en el curso de la evolución, pues presenta un notable descubrimiento. Procurando obtener el conjunto de reglas que el hablante posee para construir y enten­der correctamente todos los mensajes que son emitidos, Chomsky observó que existe una profunda relación entre sintaxis y semán­tica cuando intentó dar respuesta al problema de cómo una persona es capaz de adquirir el conocimiento de la lengua.

Por una parte, el sistema de reglas de una lengua es extraordinariamente rico y abstracto; por la otra, la experiencia de datos inmediatos que tiene un niño es muy limitada y fragmentaria. Sin embargo, un niño, independientemente de su inteligencia y sin aprendizaje especial, asimila sin dificultad alguna y con gran rapidez precisamente ese complejo sistema. Chomsky hizo la comparación entre la fácil asimilación de dicho sistema con la enorme dificultad que tiene cualquier persona para asimilar otro sistema tanto o menos complejo que el de una lengua como, por ejemplo, el de la física contemporánea. Concluyó que un sistema de conocimiento, como el de la física contemporánea del ejemplo u otro cualquiera, se ha desarrollado como un tipo de producto cultural a través de muchas generaciones de individuos y mediante la intervención de muchos genios. En cambio, el sistema de cono­cimiento del lenguaje, o del conocimiento del comportamiento de los objetos en el espacio físico, es una propiedad del organismo humano. Este asimila aquél tipo de sistema de conocimiento porque ya lo conoce, de la misma manera como adquiere la facultad para alimen­tarse o caminar. Un ser humano posee esa capacidad en el cerebro por su constitución genética desarrollada en el curso de la evolución biológica.

En su teoría la gramática generativa es el conjunto de principios o reglas innatas y fijas, que son parámetros programados en el cerebro y que permite traducir combinaciones de ideas a combinaciones de palabras. La gramática formal, que es un sistema combinatorio discreto que permite construir infinitas frases a partir de un número finito de elementos mediante reglas diversas que pueden formalizarse, caracteriza la sintaxis que tienen las secuencias de palabras.

Realidad y representación

Diríamos que para que el sistema de la lengua quedara firmemente asentado en nuestra genética, no solo requirió de tiempo evolutivo, sino que represen­tó una ventaja adaptativa. La ventaja consistió, no tanto en facilitar la sociabilidad de los individuos, como en representar las representaciones psíquicas de la realidad de estructuras y fuerzas en símbolos comunicables. El lenguaje es una representación simbóli­ca de nuestra estructura de pensamiento, y éste es una representación psíquica de la realidad. Las unidades discretas del pensamiento son las ideas. En el lenguaje las palabras representan ideas y, del mismo modo como las ideas se refieren a cosas, sean estas estruc­turas o fuerzas, las palabras adquieren el valor sintáctico correspondien­te. Si Chomsky relacionó la semántica con la sintaxis a través del lenguaje, es posible relacionar también esta relación con la realidad misma.

Nuestros contenidos de conciencia son representaciones psíquicas de la realidad sensible. En la realidad existen estructuras que se relacionan entre sí porque son funcionales, ya que éstas están dotadas de fuerzas. Nuestra mente, que busca entender la realidad lo más precisamente posible –en ello le va la supervivencia al individuo humano–, estructura sus representaciones según lo que se da en la realidad, pudiendo éstas ser expresadas en el lenguaje en forma gramaticalmente correcta.

En gramática la palabra es un sustantivo o un adjetivo cuando la idea representa directamente una estructura, y es una preposición, una conjunción o un artículo cuando representa rela­ciones de estructuras. En cambio, las palabras que representan fuerzas se agrupan en lo que en gramática se designa como verbo, y aquellas referidas a modificaciones de fuerzas corresponden al adverbio. Podemos advertir que sólo el verbo tiene tiempo; ello se explica porque sólo la fuerza actúa en el tiempo. Igualmente, sólo los sustantivos, juntos a sus adjetivos y artículos corres­pondientes, tienen número, pues las estructuras pueden ser múlti­ples. También podemos notar que las diferencias entre las accio­nes expresadas por los distintos verbos se refieren al modo de ser funcional específico de cada estructura particular. Cuando no es una simple identificación o definición de una cosa, toda oración se refiere a una acción e interpreta siempre un proceso mecánico desarrollado dentro de los parámetros espacio-tempora­les. El lenguaje siempre está referido a nuestra realidad mate­rial, aunque sea el fruto de la imaginación más descabellada, pues procede de nuestra experiencia que siempre tiene su origen en la realidad sensible.


Lenguaje y pensamiento


Signos verbales

En la evolución de la especie humana el lenguaje y el pensamiento se han ido desarrollando simultánea­mente en la misma medida que ha crecido y dasarrollado la capacidad cerebral. Sin embargo, el segundo es naturalmente anterior al primero. Primero tenemos una idea representativa de un objeto antes de unir aquella idea con una imagen acústica o gráfica en un signo lingüístico. El conocimiento consiste en un flujo de representaciones de distintas escalas de magnitud de la realidad sensible que son procesadas progresivamente por el cerebro. Comienza con las sensaciones que nos llegan a través de los sentidos. Éstas se constituyen en unidades discretas de la percepción. En una escala superior las percepciones se estructuran como unidades discretas de la imagen. En una escala aún superior las imágenes se estructuran en la idea o concepto. Tanto las percepciones, las imágenes y las ideas son contenidos de conciencia subjetivos y también representaciones de la realidad objetiva, pero en escalas superiores.

La mente humana es capaz de estructurar las ideas desde lo individual a lo más universal en lo que se llama pensamiento abstracto. También ella es capaz de estructurar ideas para conformar proposiciones, y relacionar las proposiciones de manera lógica, en lo que se llama pensamiento lógico. La mente puede realizar esta actividad sin necesidad de recurrir a signos lingüísticos, pero su uso hace más ágil el pensamiento. En el pensa­miento los signos lingüísticos omiten los procesos estructuradores, sustituyéndolos con gran economía de esfuerzo. Ahorra tiempo omitir volver repetidamente hacia atrás cuando puede valerse de elementos que son síntesis de laboriosos procesos mentales y ocupan funciones determinadas en la estructura de las representaciones como estructuras y fuerzas.

Sin embargo, las representaciones que generaron los conceptos productos de la abstracción y la lógica, y que se mantienen presente en el pensamiento, evocando todas las riquezas y la gama de matices que fueron considerados para representar con mayor fidelidad la realidad, están ausentes en las proposiciones de la lógica, la que se caracteriza porque es fría y mecánica y porque considera solo el aspecto de la certeza de la proposición. Al abstraer de un concepto toda la representación de la realidad para reducirlo a una unidad discreta de la lógica, estamos obteniendo mayor conocimiento de ella por las nuevas relaciones que inferimos. Para que el lenguaje pueda trans­mitir la sutileza de matices que el pensamiento elabora debe recurrir a adjetivaciones y analogías.

Desde el punto de vista de la lógica, nuestro pensamiento tiene mayores posibilidades que el lenguaje para relacionar las ideas en proposiciones, y relacionar las proposiciones en argu­mentos para inferir conclusiones correctas. La creencia de que el lenguaje posee una flexibilidad de significado tan amplia que puede reproducir cualquier contenido de conciencia proviene de Aristóteles, y ha sido perpetuada hasta nuestros días por el excesivo respeto a su doctrina. Sin embargo, el lenguaje verbal de proposiciones compuestas por sujeto, verbo o cópula y predica­do no siempre tiene precisión. Su naturaleza es equívoca, su construcción es ambigua, presenta vaguedades, contiene dichos desconcertantes y metáforas engañosas. Además, queda corto para expresar la complejidad de la realidad que se comprende y las enormes posibilidades del pensamiento.

Debemos tener en cuenta que el lenguaje no es necesaria ni primariamente un sistema de comunicación; principalmente, es un medio para alcanzar objetivos relacionados con la supervivencia y la reproducción. En este sentido, los seres humanos tenemos la capacidad para verba­lizar una gran parte de los contenidos de conciencia. Pero cuando superamos los cuatro años de vida no los articularemos si no responden a intenciones que se relacionan con intere­ses individuales muy específicos. Siempre existirá un abismo entre lo que pensamos y lo que decimos. Cada cual apren­de desde temprano que el otro puede ser inducido a actuar según la propia conveniencia mediante el empleo adecuado de la lengua. También a través de una adecuada comprensión de la lengua podemos frecuentemente comprender las ocultas intenciones del otro. Corrientemente, el valor real de las palabras está oculto en su contexto.

Nuestra cultura valora correctamente el arte literario como expresión válida de nuestras emociones y sentimientos. Sin embar­go, existen escuelas de pensamiento que identifican la literatura y su lectura con la cultura y que pretenden encontrar las verda­des más vitales tras los contenidos ficticios por el sólo hecho de contener expresiones metafóricas de la realidad, en la suposi­ción de que la realidad es inasible si no es a través de la analogía y la poesía. Esta tendencia, que identifica la cultura con la ficción y la poesía, nos conduce a existir en un mundo confuso y equívoco, que poco o nada aporta a la compren­sión del ser humano y el universo, y que el placer de la lectura no se remite únicamente a los géneros de la novela, el cuento, la poesía o el teatro si no buscamos únicamente emociones y senti­mientos, sino que ampliar el conocimiento.

Lenguaje simbólico

Con el propósito de superar el equívoco formal del lenguaje verbal la ciencia y la lógica han tenido que inventar lenguajes simbólicos. Algunos son de simbología muy compleja y sirven para satisfacer las necesidades de conceptualización, información y procesamiento lógico que el pensamiento humano ha ido creando en su confrontación con la realidad objetiva. La ciencia emplea el lenguaje matemático para describir simbólicamente la realidad y lo que contiene. Ya Galileo había observado que “el libro de la naturaleza está escrito en símbolos matemáticos”. Esto ocurre así porque nuestro universo, consti­tuido por estructuras funcionales, es esencialmente cuantitativo.

El valor principal del lenguaje matemático es suministrar un sistema universal de símbolos cuantitativos. La cantidad es sim­bolizable por números, que son las unidades discretas del sistema matemático. Así, si las cosas del universo se reducen a cantidad, ya sea porque son extensas o intensas, y por tanto cuantificables, también se pueden simbolizar. Además de los espacios y los tiempos de las estructuras, la ciencia mide las magnitudes, intensidades, direcciones, sentidos, duraciones, alcances y velocidades de sus funciones. Combina las propiedades espacio-temporales con la naturaleza de las estruc­turas y las fuerzas. Esto quiere decir que, si la cantidad puede explicar la realidad, ésta puede traducirse a valores numéricos.

La ciencia se ocupa de la realidad y sus cosas relacionando o uniendo las características de las fuerzas y estructuras con los parámetros de espacio y tiempo mediante símbolos numéricos y combinando estos símbolos en forma lógica, que es precisamente en lo que consisten las matemáticas en tanto disciplina formal, y que es el contenido de la famosa obra de Bertrand Russell y Alfred N. Whitehead, los Principia Mathematica. De este modo, de una reali­dad aparentemente caótica, surge el orden y la unidad del movi­miento, la causalidad, los procesos y los mecanismos, las hipótesis, las leyes y las teorías. El orden y la unidad propios de la realidad se reflejan en el lenguaje matemático, el que ha sido posible gra­cias a Pitágoras, para quien permite rebasar el lenguaje corrien­te en la interpretación de la realidad.

Gracias al lenguaje matemático, el hecho cualitativo, subje­tivo y privado se convierte en un hecho cuantitativo, objetivo y comunicable. Las sensaciones de calor y humedad pueden ser con­vertidas en cantidades precisas y universalmente comprensibles, tales como 40° C, 99% de humedad relativa, color anaranjado de 640 nanómetros de longitud de onda. Toda sensación que puede ser medida puede convertirse en un concepto que es ontológicamente definido por sus funciones. Toda definición puramente verbal y cualitativa puede ser eventualmente descrita en términos preci­sos y cuantitativos.

No obstante la objetividad y precisión del lenguaje matemá­tico, la metáfora y la analogía en general son los modos usual­mente empleados en el lenguaje (como también en el pensamiento) para mejor sintetizar los hechos, describirlos y ubicarlos en su propia realidad. Es mucho más sencillo y útil en el diario vivir relacionar las representaciones de las cosas en forma metafórica que cuantificarlas y relacionarlas numéricamente. Así decimos calor infernal, humedad sofocante, o anaranjado intenso. El hecho es que los seres humanos no somos afortunadamente exactas y precisas computadoras con lenguaje binario, sino que somos esencialmente seres con emociones y sentimientos, con proyectos y deseos, siendo las metáforas y las analogías más significativas que los fríos números, pues involucran todo nues­tro ser y nos coloca en una dimensión más antropométrica. Tal como se dice que una imagen ahorra mil palabras, podemos decir en este contexto que una metáfora ahorraría millones de fórmulas y ecuaciones irrelevantes.

Si bien las matemáticas, por su exactitud, es el lenguaje más preciso para referirse a las estructuras y las fuerzas, tienen una limitante esencial. La formulación matemática no puede traspasar la barrera de las escalas. Un físico puede llenar un pizarrón con fórmulas y ecuaciones para referirse a un fenómeno físico, pero no podrá saltar de escala para incluir, por decir, fenómenos químicos. Ambos tipos de fenómenos son comprensibles por las matemáticas, pero dentro de sus propias escalas. El salto de una escala a otra puede realizarse mediante la analogía, pero ahí cesamos ya de ser deductivos, y nuevamente debemos recurrir al lenguaje descriptivo y analógico.


Lenguaje y cultura


Platón primeramente nos hizo creer con su mito de la caverna que antes de vivir en el aquí y ahora, habíamos existido en el perfecto y absoluto mundo de las Ideas. Dos mil años después, Rousseau nos reafirmó la idea de que la cultura y sus instituciones del aquí y ahora venía a empañar nuestro prístino pensamiento y modo de ser propios del mítico hombre natural. Después de Darwin no es correcto pensar que el origen de los seres humanos estuvo en Paraíso terrenal, tras lo cual, por cualquier circunstancia, devino una caída, sino que nuestro origen es biológico y que la misma biología nos ha entregado una mente que tiene la propiedad de permitir un comienzo de atisbar la realidad desde un punto de vista abstracto y racional. A pesar de nuestra innata inmadurez intelectual, propia de los primates que verdaderamente somos, siendo nuestro pensamiento susceptible de ser hipnotizado, distorsionado por las emociones e insumido en la ignorancia, podemos no obstante filosofar.

Anteriormente vimos que la estructura del conocimiento es una producción de la estructura cerebral, asentándose allí. Aquí veremos que la estructura del conocimiento colectivo es producto de muchos cerebros y se asienta también en las manifestaciones culturales. Existe un pensamiento que podríamos llamar social y que toda colectividad histórica llega a estructurar en lo que denominamos cultura. Esto nos lleva a afirmar que una cultura consiste en el pensamiento que surge de los individuos de grupos humanos determinados, que es comunicado, socializado y compartido colectiva­mente de una manera decisiva y duradera, dando una impronta al comportamiento social. En el caso de la cultura, el término pensamiento social es tan amplio como para cubrir desde los modos de pensar y actuar y las formas de expresarse y sentir, hasta la conformación de los valores compartidos.

El sistema del pensamiento social, que es la cultura, es un conjunto de concepciones particulares del modo de percibir la realidad, de sentimientos, ideologías, tecnologías, escala de valores, manifestaciones ar­tísticas, etc. que pertenece a la colectividad y que conforman una sabiduría, un comportamiento y una forma de sentir compartidos. La cultura surgió en el curso de la evolución humana cuando fue intelectualmente posible transformar una estructura, ya sea un utensilio, una estratagema de caza o un sotobosque con una cantidad de semillas comestibles, para que cumpliera una función concebida previamente y comunicara la manera de repetir esta nueva relación estructura-función.

La cultura es un artificio humano que es acumulado y trans­mitido por el lenguaje y no genéticamente. Las experiencias y conocimientos de los individuos van engrosando el caudal de experiencias y conocimientos de la colectividad. Cuando la memo­ria se escribe, adquiere mejores posibilidades de perpetuarse y decantar lo valioso, aumentando significativamente la eficiencia de la cultura para comunicarse, transmitirse e interactuar con el medio. Si consideramos el hecho de que hace 120.000 años, a principios del Paleolítico superior, la especie humana comprendía ya individuos cuya capacidad innata era semejante a la de un Aristóteles, un Mozart o un Einstein, es sólo por el fondo común de conocimientos y de experiencia acumu­lada por generaciones lo que nos permite hoy hacer uso más com­pleto de nuestra herencia genética. Newton decía: “si pude ver más lejos que mis predecesores, fue porque ellos, gigantes de talla, me levantaron sobre sus hombros”. Nos agigantamos cuando nos empinamos sobre el lomo de la cultura; y la cultura occiden­tal tiene un elevado lomo gracias a que sus orígenes remotos se mezclan con la invención del lenguaje escrito.

El crecimiento cultural es no sólo progresiva­mente acumulativo, sino exponencial a causa de la actividad científica. Decenas de miles de generaciones de nuestros antiguos antepasados del género homo apenas si conocieron algún desarrollo cultural en el curso de su respectiva generación, a juzgar por el registro arqueológico de decenas de miles de años, el que nos muestra la existencia de escaso progreso tecnológico. Con el desarrollo de la agricultura y la domesticación de animales, hace unos ocho a diez mil años, se produjo un cambio cultural considerablemente mayor. En la actualidad nos hemos acostumbrado tanto al desarrollo tecnológico como al cambio cultural que éste trae aparejado.

La funcionalidad primordial de la cultura en cuanto estruc­tura, no es precisamente la de constituir el fundamento de la identidad de un grupo social, sino la de conformar un instrumento eficiente de subsistencia colectiva. La identidad de grupo es un subproducto y comprende otros factores, como el territorio, la sangre, etc. La sabiduría acumulada concede un mejor aprovechamiento de los recursos, y los valores compartidos permi­ten una convivencia armónica y pacífica. No obstante no debe perderse de vista que su valor no es absoluto, sino que es un medio de subsistencia del grupo social.

Naturalmente, la cultura posee también funciones que sirven para unificar y cohesionar al grupo social con relación a otros grupos. Es corriente que un grupo social se valga de la cultura, aquello que los individuos comparten y con lo que se llegan a identificar, como medio de defensa frente a la amenaza de grupos sociales competidores y de dominio sobre grupos más débiles. La superación de los antagonismos socio-culturales no es materia de una estructuración multicultural, sino que de la capacidad para estructurar una cultura de una escala superior que sea funcional a esta pluralidad social más compleja.

Lo anterior no quiere decir que el pensamiento social determine el pensamiento individual al grado que lo apoque o, peor aún, que lo reemplace, siendo que, para que una lengua sea viva, requiere de sujetos parlantes vivos que piensen por sí mismos. El pensamiento siempre tendrá una nota personal, puesto que es la persona quien muchas veces piensa por sí misma y no se remite a repetir opiniones que flotan en el ambiente. Desde luego, la estructura cultural no es capaz de producir relaciones ontológicas y lógicas, ni de ontologizar las relaciones causales, pues esta capacidad pertenece exclusivamente a cada ser humano individual. Se puede hablar de pensamiento social cuando el conocimiento que se comunica tiene un modo especial de ser comunicado y entendido. El lenguaje surgió para comunicar ideas. Luego, la comunión de ideas, que es la cultura, liga a los individuos de una estructura social determinada.

La estructura cultural comprende lo que corrientemente de­signamos como ethos social, mores, costumbres. Su base es el lenguaje y éste constituye su estructura comunicacional preferente. Pero el lenguaje no es solamente el vehículo de comunicación de este sistema compartido por el grupo social; también el lenguaje contiene implícitamente el pensamiento so­cial. A través de la adquisición del lenguaje un individuo adquiere también la estructura cultural del grupo del que forma parte. La estructura cultural comprende el conocimiento compartido, los significados comunicados, los valores éticos y estéticos, las normas y los comportamientos prescritos y los ritos y mitos. En este sentido, el lenguaje no es sólo una estructura compuesta por significados y relaciones de significados sin notación, color ni resonancia especiales, como el frío listado de palabras de un diccionario. Por el contrario, el lenguaje social contiene una forma de apreciar la realidad muy particular y a veces poco comprensible para individuos de otras colectividades.

Ciertamente, nadie posee la capacidad para tener presente los infinitos aspectos de la realidad; en nuestro acercamiento a ésta algunos aspectos de la misma se van destacando. Por otra parte, el conocimiento de la realidad depende de nuestras pasadas experiencias, por lo que nuestra apreciación de ésta es muy particular. Además, la mayor parte de este conocimiento es colectivamente compartido. Por ello, el pensamiento social, es decir, aquél que es compartido colectivamente, es marcadamente específico, centrando el interés en temas particulares.

A partir de Piaget, ya citado, un individuo se va insertando en el sistema del pensamiento de su grupo social en la misma medida que va aprendien­do su lengua, pues, junto con la adquisición del lenguaje va absorbiendo tal sistema, de manera que su propio pensamiento se verá moldeado y reforzado con el pensamiento colectivo en el mismo acto de posesión del sistema. Al mismo tiempo de adquirir toda la riqueza de ese sistema de pensamiento, hace suyo, inconscientemente y sin crítica alguna, las limitacio­nes, pobrezas y prejuicios que este mismo contiene. Por otra parte, la adquisición del sistema le posibilita participar de lleno en la estructura social como miembro completo suya, y a un extranjero le será muy difícil ingresar como un igual en la colectividad. La sociabilidad característica del orden de los primates se ve reforzada, en el ser humano, por el lenguaje, el cual los liga culturalmente.

Como contrapartida, el sistema de pensamiento social es en gran medida una estructura llena de prejuicios. No toca el fondo de las cosas, ni es crítico, sino que se mueve en un nivel de ensueño y frecuente­mente de hipocresía. Nadie desea encontrar conflictos sociales o existenciales, prefiriendo ocultar la cruda realidad en un len­guaje anodino, eufemístico, pero por todos comprendido, siendo de mal gusto salirse de los cánones establecidos y la ética aceptada.

Sin embargo, lo anterior no significa que la totalidad del pensamiento del individuo se sumerja, por decirlo así, dentro del pensamiento social. Aunque de amplio espectro y muy envolvente, el pensamiento social no posee el alcance ni la sutileza que muchos individuos suelen requerir en su pensamiento crítico. El pensamiento social es aquél de la masa; aunque utilitario, es insuficiente para aquéllos que buscan una mayor profundidad de pensamiento como los poetas, los místicos, los científicos, los filósofos; aunque sirve para interactuar con la colectividad, es insuficiente para interactuar consigo mismo.

Lenguaje y percepción

A este mecanismo de participación cultural, el que se efec­túa mediante la adquisición del lenguaje, debe añadirse lo seña­lado por el filósofo canadiense, Marshall McLuhan (1911-1980), para quien cualquier medio de comuni­cación particular impone una correlación sensorial tan específica en la apreciación que los individuos tienen de la realidad que determina el mensaje, independientemente de su contenido.

La tecnología de las comunicaciones –la misma palabra oral, la escritura alfabética, la imprenta y los modernos medios electrónicos– afectan la organización cognitiva, lo que tiene profundas repercusiones en la organización social. Si una nueva tecnología acentúa uno o más de nuestros sentidos –el visual, el auditivo, el táctil– y se extiende a toda la colectividad, entonces las nuevas relaciones generadas entre nuestros sentidos afectan toda una cultura particular. Es comparable a lo que ocurre cuando se cambia el tono a una melodía. Y cuando las relaciones de los sentidos se modifican en cualquier cultura, entonces lo que antes parecía lúcido de repente puede llegar a ser opaco, y lo que había sido vago u opaco se convertirá en transparente.

La invención del tipo móvil intercambiable intensificó significativamente y, finalmente, permitió los cambios culturales y cognitivos que ya se habían realizado desde la invención y la aplicación del alfabeto. La cultura del libro, introducida por la imprenta de Gutenberg a mediados del siglo XV, trajo consigo el predominio cultural de lo visual sobre lo auditivo-oral. El advenimiento de la tecnología de la imprenta generó la mayoría de las tendencias más destacadas en la época moderna en el mundo occidental: el capitalismo, el individualismo, la democracia, el protestantismo, y el nacionalismo. Fueron consecuencias de esta tecnología que se basa en la segmentación de las acciones y funciones y en el principio de la cuantificación visual.

La escritura enfatiza el sentido de la vista por sobre el sentido del oído, como sería el caso en una cultura auditivo-oral. La realidad percibida por la vista es muy distinta de la realidad percibida por el oído. Cualquier medio de comunicación de que se trate enfatiza algún sentido de percepción por sobre los restantes, produciendo un cierto equilibrio particular, el cual resulta en una especificidad a lo comunicado tan marcada que, para este pensador de las comunicaciones, el medio de comunicación mismo llega a ser el propio mensaje, independientemente del contenido del mensaje comunicado.

Ya en la década de 1960, McLuhan preveía que la cultura visual e individualista del libro sería reemplazada por “la interdependencia electrónica”: cuando los medios electrónicos reemplacen la cultura visual por la cultura auditiva-oral. En esta nueva era, la humanidad se moverá desde el individualismo y la fragmentación hacia una identidad colectiva, con una “base de la tribu.” McLuhan acuñó la idea de la aldea global para esta nueva organización social que se intercomunica masivamente y en tiempo real.

La cultura del libro produjo en los lectores una forma distintiva de apreciar la realidad. No sólo las palabras se aprecian como compuestas por letras homogéneas intercambiables, sino que existe una cierta estructuración lógica en un texto, ya que éste está dividido en párrafos, y los párrafos están divididos en sentencias ordenadas según la lógica para llegar a conclusiones, también las sentencias están divididas ordenadamente en las ideas correlacionadas de sujeto, verbo y predicado. Esta cultura está siendo rápidamente desplazada por medios de comunicación audiovisuales y electrónicos. Además, como contraste, la televisión transmite no ideas, sino que imágenes. Y las imágenes aparecen en una desordenada secuencia sin determinar su valor real dentro de un marco de referencia axiológico. Las imágenes se relacionan metafóricamente para transmitir mensajes que no se explicitan verbalmente. Un individuo expuesto predominantemente a la televisión podrá difícilmente comunicarse con otro individuo que es un consumado lector. Sus cosmovisiones son muy distintas en ámbitos cruciales del pensamiento.

La idea macluhaniana de que el medio es el mensaje es importante en los complejos procesos de la comunicación. Sin duda se trata de un elemento muy significativo de los tantos de carácter general que acompañan al mensaje y que le confieren un sello tan distintivo que dificulta el reconocimiento de otras dimensiones de la realidad. El medio de comunicación produce un modo particular de conciencia y una escala distintiva de pensamiento. Por ejemplo, la invención de la escritura, donde unas cuantas letras codifican la infinidad de palabras, nos permite barajarlas y ordenarlas para expresar nues­tros pensamientos. Por este mecanismo las palabras se nos hacen homogéneas, y con ellas podemos estructurar oraciones, párrafos, capítulos, secciones, tomos y libros. Pero además de poder escribir y leer lo escrito, en el pensamiento se realzan sus funciones más lógicas y abstractas. Un lector estructurará una mente más racional y abstracta que un analfabeto.

Acción social

La acción social se coordina mediante el lenguaje. Esta idea ha sido, en la actualidad, desarrollada por un distinguido grupo de expertos en la mecánica de la comunicación. A pesar de la preten­sión de algunos de ellos de reducir toda la realidad a esta mecánica, lo que verdaderamente han descubierto ha sido la mecá­nica de preguntas y respuestas por la cual se estructuran compromisos. Éstos tienen por propósito coordinar la acción para la producción y el consumo modernos, caracterizados por la enorme competencia, para inser­tarse exitosamente en la individualista estructura social contemporánea, y para ser reconocidos por ésta.

Sin embargo, no debemos pasar por alto el hecho primordial, que he venido destacando, que el lenguaje cotidiano no intenta directamente la acción ni el compromiso individual, como formas de subsistencia de la organización social, sino la manifestación emotiva de participar de un grupo que tiene propósitos colecti­vos, como un sustituto de la ancestral costumbre del despioje en los primates. No es corrientemente argumentativo, sino que expre­sa las posiciones aceptadas por el grupo. No pretende ser lógico, sino que las proposiciones que se afirman o niegan tienen por función reforzar el pensamiento social, al cual uno adhiere y dentro del cual uno encuentra seguridad. Tampoco pretende ser muy fluido, a juzgar por los escasos monosílabos con que comunican su sociabilidad los adolescentes. Pareciera que en nuestro actual mundo tan impersonal e individualista, este sentir colectivo se alcan­zaría supuesta e indirectamente por el compromiso para la acción obtenido por el lenguaje.


Lenguaje y tecnología


Por una parte, toda tecnología es una extensión del ser humano. El estado de la tecnología en un momento y lugar dado determina en parte la cultura en cuanto modo de vivir y percibir la realidad y, por tanto, de comunicarla. Y por la otra, hay medios más apropiados para comunicar contenidos en deter­minadas escalas. A través de un libro es posible comunicar una idea de gran abstracción, y mediante una obra pictórica se hace mucho más fácil comunicar una imagen. Como quiera que sea la influencia del medio de comunicación en el contenido del mensaje comunicado, se podría agregar que en general existiría una correlación entre la complejidad y el alcance de los medios de comunicación y la complejidad del contenido y, por consiguiente, de la riqueza de cultura. La adquisición de conciencia de nuevas y más profundas dimensiones de la realidad requiere, como contrapartida, de medios de comunicación más hete­rogéneos, más masivos, más instantáneos, más intensos. Las civi­lizaciones se construyen tras las invenciones de medios de comu­nicación. La invención de la escritura revolucionó el mundo antiguo. La invención de la imprenta hizo lo propio con el mundo moderno.

Nuestro mundo contemporáneo, ya tildado de posmoderno, está sufriendo una transformación profunda, de consecuencias insospechadas, a causa de la invención de los medios electrónicos de comunicación y de las técnicas de procesamiento electrónico de la información que producen gran cantidad, rapidez, significa­ción, accesibilidad, disponibilidad, acumulación, globalización y almacenaje informático. También nuestra cultura está cambiando radicalmente a causa de que estas invenciones, productos del desarrollo de la electrónica. Estos medios están reemplazando al libro que, con su estructura de capítulos, párrafos y oraciones, permite ordenar las represen­taciones de la realidad en escalas incluyentes de enorme compren­sión y sentido. En cambio, estas invenciones están suministrando información indiferenciada que reemplaza la certeza de las verdades por el escep­ticismo de las opiniones chatas y la relatividad del conocimiento mal digerido.

Adicionalmente, la cultura contemporánea, beneficiaria del enorme desarrollo de medios de comunicación principalmente de imágenes visuales y auditivas, tiende a mantenerse en la escala de las emociones, las imágenes y el pensamiento concreto. Un pensamiento abs­tracto, probablemente más vinculado con la escritura y el libro, está perdiendo terreno en una verdadera transformación cultural. Además, los medios masivos de comunicación, cuya programación depende de la mayor sintonía o audiencia, procuran adaptarse al gusto masivo para satisfacer las necesidades de publicidad de quienes los financian.

El lenguaje social es también utilitario en cuanto se hace lenguaje comercial, ético y jurídico, estableciendo re­glas claras de comportamiento económico, ético y legal para los actores sociales, quienes aprenden los ritos de la comunicación sin arriesgarse a la pérdida económica, el rechazo social y la sanción legal.

Las comunicaciones son afectadas profundamente por la tecno­logía. El avance tecnológico nos restringe proporcionalmente los espacios abiertos. Cada vez hay un mayor número de límites, cercos, prohibiciones, normas que restringen la posibilidad de vagabundear libremente y contemplar el panorama más allá del horizonte. Sin embargo, el avance tecnológico nos ha abierto espacios cada vez más amplios y variados. Si nuestra vida en nada se parece al deambular de nuestros antepasados cazadores-recolectores por grandes extensiones, en nuestros pequeños espacios libres priva­dos disponemos de sistemas de comunicación, información y trans­portes inimaginables anteriormente. Gran parte del día, un ser humano contemporáneo se encuentra mirando la pantalla electrónica del PC o la TV observando un caudal de infinitas imágenes que provienen del ciberespacio y de las redes sociales.

Pero más que la consecuente revolución tecnológica que la acompaña, que ha transformado nuestro entorno material, haciéndonos más civilizados, la revolución científica que se ha desencadenado con inusitada fuerza en la historia humana contemporánea, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo pasado, ha sido la principal causa del cambio cultural que nos es posible observar ahora. La causa del énfasis puesto en el discurso científico y tecnológico no se encuentra únicamente en el humano prurito por el conocimiento, sino que principalmente en constatar que conocimiento significa poder. Todos podemos constatar que las sociedades que dedican gran esfuerzo a la educación científica y tecnológica de su juventud tienen extraordinario desarrollo y progreso material. La educación se ha volcado en producir individuos funcionales para este desarrollo tecnológico. Generaciones y multitudes de estudiantes no hacen otra cosa que prepararse para manejar y controlar el entorno natural y artificial.

Pero si hay claridad que conocimiento es poder, el problema cultural tiene una dimensión principalmente epistemológica por dar énfasis al poder del conocimiento. Por la necesidad de conocer cómo funcionan las cosas del universo, hemos omitido entender los otros significados que tradicionalmente tenían las palabras. Si comparamos el discurso normal que se usa en la actualidad en cualquier conversación o texto con el de hace unos cincuenta años atrás, podemos observar ciertas características que los diferencian. Por ejemplo, en la actualidad se usan menos palabras, empobreciendo el lenguaje; éstas se refieren invariablemente a cosas muy concretas; el discurso es muy directo, pero también muy plano y poco profundo; el discurso concreto es intercambiable con imágenes.

Por su parte el discurso de la ciencia y la tecnología depende de circunscribir el significado de las palabras, pues busca describir lo más precisamente posible los fenómenos causales de la naturaleza. El ideal del discurso son las matemáticas. La palabra ha quedado desprovista de otros contenidos. La palabra apreciada es la concreta, la que pueda referirse a cosas tangibles, observables, medibles. Al parecer, en el pasado ha quedado el lenguaje de palabras que usaban la filosofía y la poesía.


Lenguaje y arte


Lo bello

La estética se ocupa de lo bello. Lo bello es aquello que, desde nuestro especial punto de vista de seres humanos, posee armonía, equilibrio y unidad. Para nosotros, la creación divina es bella, aunque allí lo propio es que se den permanentemente conflictos causados por el continuo fluir de estructuras y fuerzas que causan la vida y la muerte. También bella lo puede ser la fabricación humana. En este caso hablamos de arte. Es más, un artista puede crear cosas puramente estéticas, sin un ápice de utilitarismo, sólo para el deleite estético de sus semejantes.

Estas cosas realizadas por el artista pueden ser de cualquier material; ser táctiles, auditivas, visuales, gustativas, olfativas; ser móviles o inmóviles, duraderas o perecederas; ser palabras, colores, formas; ser estéticamente puras en sus formas o contener algún contenido significativo. Respecto a lo último, la belleza intrínseca de lo creado por el artista puede contener o no un significado intencional transcendente y misterioso que puede ser intuido según la mayor o menor sensibilidad del sujeto a quien está dirigida la obra de arte.

En la filosofía tradicional lo bello ha sido íntimamente ligado a lo bueno. Lo bello ha sido considerado como una cualidad del ser al igual que la unidad, la verdad y la bondad, denomina­dos “trascendentales del ser” por la escolástica. Como trascendental, se piensa que la be­lleza es objetiva en la medida que pertenece al ser en cuanto tal. Por el contrario, nosotros podemos pensar que la belleza está más bien asociada con la estética además de con la potencia, el atractivo, y otras cualidades propias de las condiciones favorables para la supervivencia y la reproducción, pero no precisamente con el ser. La armonía es una cualidad del equilibrio, y lo que se encuentra en equilibrio no representa en general una amenaza para nuestro anhelo de supervivencia. Una cosa que además satisface nuestras necesidades de seguridad, afecto o conocimiento nos parece más atractiva y naturalmente más bella. La imagen de un cuerpo humano joven y femenino, o su reflejo en, por ejemplo, una graciosa cara o unos cariñosos ojos, será siem­pre bella para nosotros, hombres que se sienten poderosamente atraídos por el sexo opuesto. De este modo, lo bello es una valoración psicológica y, por lo tanto, subjetiva. Está además culturalmente condicionada en el sentido de que valoramos diver­sas cosas más que otras, dependiendo de su funcionalidad respecto a nuestra supervivencia y reproducción. Así podemos identificar lo que es bueno para nosotros con lo que es bello.

En las manifestaciones artísticas, lo bello es a veces tan potente que se representa por cosas que no nos pueden amenazar o agredir. En el teatro, la platea es un refugio que está protegido por la oscuridad y el anonimato del escenario donde se expone un relato con toda su fuerza dramática y expresiva. Una tela está circunscrita por un robusto y llamativo marco que impone una separación con nosotros para no ser involucrados en la acción que describe. Las vívidas páginas de un escrito las podemos encerrar entre dos gruesas tapas a voluntad. Habitualmente, un pedestal nos separa del drama representado por una escultura.

Lo bello es una cualidad de las cosas móviles, e intentamos conferirle perma­nencia y duración cuando, por ejemplo, el escultor le representa en formas que obtiene del granito, del mármol o del bronce, materiales reputados de eternos. Para conmemorar los 500 años de la conquista española, un escultor quiso representar el efecto aniquilante de ésta sobre la cultura indígena a través de una escultura quebrada, desunida y desequilibrada. Nadie la encontró bella. Aparentemente, tampoco pretendía serlo.

Imagen e idea

La mente humana tiene la capacidad para sintetizar imágenes y estructurar conceptos. Esa es la manera que nuestro pensamiento abstracto y racional tiene para conceptualizar la realidad. El arte es un medio para, a partir de una imagen, llegar a un concepto. La diferencia entre nuestra mente y el arte es que nuestra mente emplea la abstracción y el artista emplea la metáfora.

El objeto de arte, que lo percibimos y lo establecemos en nuestra mente como imagen, es también un concepto en sí mismo. Lo mismo se puede decir de la poesía. En el léxico del arte se hace la distinción entre forma y contenido. Lo que estas palabras significan en realidad son respectivamente imagen e idea. No obstante, tal como la imagen es de lo bello, la idea, que pertenece al intelecto, se confunde con el sentimiento, que pertenece a la afectividad.

El lenguaje del artista, por el cual a través de una imagen evoca en nuestra mente un concepto, es la metáfora. La metáfora es una especie de analogía y se produce directamente por la asociación de dos términos que no están relacionados ontológicamente, pero que al hacerlos equivalentes se tornan significativos. En su estruc­tura formal los términos de la relación son unidos por el adver­bio como, como en los ejemplos: "dientes como perlas", "atrevido como león".

Pero una obra de arte es mucho más que el medio para obtener un concepto de una imagen. El contenido que se obtiene de una forma es mucho más que un concepto que se puede lograr a través del esfuerzo de abstracción. El contenido que se puede conseguir a través de una obra de arte es un contenido de conciencia difícilmente conceptualizable, que está más relacionado con lo misterioso, lo dramático o lo sutil de la realidad y, por sobre todo, con el sentimiento.

Desde el punto de vista del poeta o del artista, él consigue llegar a la mente de otro con un mensaje codificado en su obra de arte, la que apela a nuestro sentido estético. Este mensaje es acerca de cosas que no son directamente comunicables por el lenguaje conceptual ordinario. El poeta o el artista, con mayor o menor técnica sobre su objeto, logra asociar en forma metafórica imágenes auditivas, táctiles o visuales para conseguir un concepto imposible de describir verbalmente y que resalte algún carácter difícilmente perceptible. A veces, la imagen poco o nada tiene que ver con un objeto de conocimiento, aunque mucho con ideas difícilmente comprensi­bles por los medios corrientes y, principalmente, con sentimientos.

El poeta o el artista apelan no tanto a nuestro pensamiento conceptual-lógico, que sería el objetivo de un pensador, sino que a nuestros sentimientos y emociones. Estos contenidos de nuestra afectividad no son directamente comunicables, sino que por sus manifestaciones externas. Ellos gatillan estados de conocimiento que no necesitan ser verbalizados. La comprensión de una metáfora no la efectúa normalmen­te la parte verbal-lógica de nuestro cerebro, sino más bien su hemisferio derecho, de funciones más propiamente espacio-intuiti­vas. Estas relaciones no siguen mecánicamente los procesos verbales y lógicos, sino que son síntesis poco expresables de relaciones ontológicas.

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NOTAS:
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde al Capítulo 5. “El lenguaje”, del Libro VII, La decisión de ser (ref. http://www.decisionser.blogspot.com/).